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jueves, 16 de mayo de 2013

Gustavo Roldán


"El día que se inventó el año nuevo"






 "Animal de pelea" - Canal Encuentro






"El vuelo del sapo"



–Lo que más me gusta es volar –dijo el sapo.

Los pájaros dejaron de cantar.

Las mariposas plegaron las alas y se quedaron pegadas a las flores.

El yacaré abrió la boca como para tragar toda el agua del río.

El coatí se quedó con una pata en el aire, a medio dar un paso. El piojo, la pulga y el bicho colorado, arriba de la cabeza del ñandú, se miraron sin decir nada. Pero abriendo muy grandes los ojos.

El yaguareté, que estaba a punto de rugir con el rugido negro, ese que hace que deje de llover, se lo tragó y apenas fue un suspiro.

El sapo dio dos saltos para el lado del río, mirando hacia donde iba bajando el sol, y dijo:
–Y ahora mismo me voy a dar el gusto.

–¿Está por volar? –preguntó el piojo.

–Los gustos hay que dárselos en vida, amigo piojo. Y hacía mucho que no tenía tantas ganas de volar.

Un pichón de pájaro carpintero se asomó desde un hueco del jacarandá:
–Don sapo, ¿es lindo volar? Yo estoy esperando que me crezcan las plumas y tengo unas ganas que no doy más. ¿Usted me podría enseñar?

–Va a ser un gusto para mí. Y mejor si lo hacemos juntos con tu papá, que es el mejor volador.

–Sí, mi papá vuela muy lindo. Me gusta verlo volar. Y picotear los troncos. Cuando sea grande quiero volar como él, y como usted, don sapo.

El piojo miraba y comenzaba a entender.
El yacaré seguía con la boca abierta.
El tordo y la calandria se miraron y decidieron que era hora de intervenir.
–Don sapo –dijo el tordo–, ¿se acuerda de cuando jugamos a quién vuela más alto?

–Ustedes me ganaron –dijo la calandria– porque me distraje cantando una hermosa canción, pero otro día podemos jugar de nuevo.

–Cuando quiera –dijo el sapo–, jugando todos estamos contentos, y no importa quién gane. Lo importante es volar.

–Yo también –se oyó una voz que venía llegando–, yo también quiero volar con ustedes.

–Amigo tatú –saludó el sapo–, qué buena idea.

–Pero no se olvide de que no me gusta volar de noche. Usted sabe que no veo bien en la oscuridad.

–Le prometo que jamás volaremos de noche –dijo el sapo.

La pata del coatí ya parecía tocar un tambor del ruido que hacía subiendo y bajando.

El yacaré cerró los ojos pero siguió con la boca abierta.

Los ojos de la pulga y el bicho colorado eran como una cueva de soledad. Cada vez entendían menos.

El sapo sonrió aliviado.

El tordo y la calandria le habían dado los mejores argumentos de la historia, y ahora el tatú le traía la solución final, ya que el sol se acercaba a la punta del río.

–¿Se acuerda, amigo sapo –siguió el tatú–, cuando volábamos para provocarlo al puma y después escapar?

–¿Así fue? Yo había pensado que el puma era el que escapaba.

–No exageremos, van a pensar que somos unos mentirosos.

–¡Y qué otra cosa se puede pensar! –dijo la lechuza, que había estado escuchando todo.

–Gracias –dijo el sapo en voz baja, como para que lo escucharan solamente sus patas.
Eso era lo que estaba esperando. Alguien con quien discutir y hacer pasar el tiempo.

–En todo el monte chaqueño no hay mentirosos más grandes –siguió la lechuza–. Y ustedes, bichos ignorantes, no les sigan el juego a estos dos.

–¿Cuándo dije una mentira? –preguntó el sapo.

–¿Quiere que hable? ¿Quiere que le diga?

–Hable nomás –dijo el sapo, contento porque la lechuza lo estaba ayudando a salir del aprieto.

–Mintió cuando dijo que los sapos hicieron el arco iris. Mintió cuando dijo que hicieron los mares y las montañas. Cuando dijo que la tierra era plana. Cuando dijo que los puntos cardinales eran siete. Cuando dijo que era domador de tigres. ¿Quiere más? ¿No le alcanza con esto?

El sapo escuchaba atentamente y pensaba para qué lado convendría llevar la discusión.

–Me sorprende su buena memoria, doña lechuza. Ni yo me acordaba de esas historias.

–Y yo me acuerdo de otra historia, don sapo, esa de cuando usted inventó el lazo atando un montón de víboras –dijo el piojo.

–Otra mentira más grande todavía –rezongó la lechuza–, miren si un sapo va a vencer a un montón de víboras.

Los ojitos del piojo brillaron de picardía.

–Pero yo lo vi. Era una tarde en que el sol quemaba la tierra y las lagartijas caminaban en puntas de pie. Yo vi todo desde la cabeza del ñandú, ahí arriba, de donde se ve más lejos.

–Piojito, sos tan mentiroso como el sapo y nadie te va a creer. Es mejor que se vayan de este monte ya mismo. Y que no vuelvan nunca más.

–Ahora que me acuerdo, yo sé un poema que aprendí dando la vuelta al mundo –dijo el bicho colorado–. Dice así:

De los bichos que vuelan
Me gusta el sapo
porque es alto y bajito
gordito y flaco

–¡Qué hermoso poema! –dijo el pichón de pájaro carpintero–.
Cuando sea grande yo quiero hacer poemas tan hermoso como ése.

–Doña Lechuza –dijo la pulga–, estas acusaciones son muy graves y tenemos que darles una solución.

–Hay que decidir si el sapo es un mentiroso o un buen contador de cuentos –propuso el yacaré.

–Eso es muy fácil –opinó el coatí–, los que crean que el sapo es mentiroso digan sí. Los que crean que no es mentiroso digan
no. Y listo.

–Y si se decide que es un mentiroso se tiene que ir de este monte –dijo la lechuza.

–Claro –opinó la pulga–. Si es un mentiroso se tiene que ir.

–Aquí no queremos mentirosos –dijo el yacaré.

–Yo mismo me encargaré de echar al que diga mentiras. O lo trago de un solo bocado –dijo el yaguareté.

–Eso sí que no –protestó el yacaré–. Tragarlo de un solo bocado es trabajo mío.

–Dejen que le clave los colmillos –dijo el puma, que recién llegaba–.
Odio a los mentirosos.

–Bueno –dijo la lechuza–, los que opinen que el sapo es un mentiroso, ya mismo digan "sí".

En el monte se hizo un silencio como para oír el suspiro de una mariposa.

Después se oyó un SÍ, fuerte, claro, terminante y arrasador. Un SÍ como para hacer temblar a todos los árboles del monte.

Pero uno solo.

La lechuza giro la cabeza para aquí y para allá. Pero el SÍ terminante y arrasador seguía siendo uno solo. El de ella.

Y entonces oyó un NO del yacaré, del piojo, de la pulga, del puma, de todos los pájaros, del yaguareté y de mil animales más.

El NO se oyó como un rugido, como una música, como un viento, como el perfume de las flores y el temblor de las alas de las mariposas.

Era un NO salvaje que hacía mover las hojas de los árboles y formaba olas enloquecidas en el río.

La cabeza de la lechuza seguía girando para un lado y para el otro. Había creído que esta vez iba a ganarle al sapo, y de golpe todos sus planes se escapaban como un palito por el río. Pero rápidamente se dio cuenta de que todavía tenía una oportunidad. Y no había que desperdiciarla. Ahora sí que lo tenía agarrado: el sapo había dicho que iba a volar.

Mientras tanto, todos los animales festejaban el triunfo del sapo a los gritos. Tanto gritaron que apenas se oyó el chasquido que hizo el sol cuando se zambulló en la punta del río. Pero el tatú, que estaba atento, dijo:

–¡Qué mala suerte! ¡Qué mala suerte! Se nos hizo de noche y ahora no podremos volar.

–Yo tampoco quiero volar de noche –dijo el tordo–. A los tordos no nos gusta volar en la oscuridad.

–Los cardenales tampoco volamos de noche –dijo el cardenal.

–De noche solamente vuelan las lechuzas y los murciélagos –dijeron los pájaros.

–Será otro día, don sapo –cantó la calandria–. Lo siento mucho, pero no fue culpa nuestra. Esa lechuza nos hizo perder tiempo con sus tonteras. ¿Usted no se ofende?

El sapo miró a la lechuza, que seguía girando la cabeza para un lado y para el otro, sin saber qué decir. Después miró a la calandria, y dijo:

–Siempre hay bichos que atraen la mala suerte. Pero no importa, ya que no podemos volar, ¿qué les parece si les cuento la historia de cuando viajé hasta donde cae el sol y se apaga en el río?



"Noche de reyes a saltos"

El sapo andaba atareado y nervioso, revolviendo entre los yuyos y juntando cosas. No tenía tiempo casi ni para saludar.

 -Esta noche vienen, ¿eh, don Sapo? -preguntó el coatí.


 -Ay, don Sapo, no veo la hora de que lleguen -dijo la paloma.

 -No sé si voy a poder dormir esta noche -dijo la iguana.

 -Bah -dijo la lechuza-, ése es un sapo mentiroso. Seguro que les anduvo contando el cuento de los Reyes Magos.

 -Don Sapo nos dijo que esta noche van a venir con regalos- contestaron el coatí y la paloma.

 -¿Sí?- dijo la lechuza-, y también les habrá dicho que vendrán montados en camellos. ¿Me quieren explicar cómo hacen los camellos para cruzar el mar? ¿A que eso no les dijo?

 -Claro que sí. Nos contó que había sido un problema, y por eso ahora vienen montados en sapos, que sí saben cruzar el mar. A saltos, claro.

-¿Y para cruzar las montañas? ¿Los sapos saben cruzar las montañas? ¿A que eso no les dijo?

-Sí nos dijo, sí nos dijo. Andan todo el día a los saltos para practicar el cruce de las montañas. Ésa es la forma de cruzarlas, a saltos.

-Bah- dijo la lechuza-, ése sapo es un mentiroso. ¡Miren si los Reyes Magos van a cambiar los camellos por sapos! ¿Alguien los ha visto montados en sapos? ¿A que eso no les dijo?

-Sí nos dijo, claro que sí. Nadie los vio porque los sapos no hacen ruido al saltar y llegan despacito cuando todos están dormidos. Los camellos hacen mucho ruido.

-Bah -dijo la lechuza-, se van a quedar con las ganas porque esta noche no va a venir nadie.

En la noche brillaba una luna redonda y blanca. El coatí, la paloma, el quirquincho y mil animales más daban vueltas sin poderse dormir. Al final, como sin darse cuenta, se durmieron más temprano que nunca. Sólo quedó despierto el canto de las ranas.

Aquel 6 de enero todos se despertaron muy temprano.

-¡Vinieron los Reyes!  ¡Vinieron los Reyes!- gritaban picos y hocicos.

Al lado de cada uno había un regalo. Una pluma roja para la paloma gris. Un higo maduro para el coatí. Una flor de mburucuyá para la iguana. Y así mil cosas para los mil animales.

-¡Vinieron los Reyes!  ¡Vinieron los Reyes!- gritaban todos.

¿Todos? Bueno, todos no. En un rincón, tras de un árbol caído, el sapo dormía sin que los ruidos pudiesen sacarlo de su cansancio. Había andado a saltos toda la noche, y ahora soñaba con Reyes Magos montados en sapos, y hablando en sueños decía:

-Ja, si sabrá de Reyes Magos este sapo.

 

 SOBRE GUSTAVO ROLDÁN

Entre idas y vueltas, siempre vuelvo a Huckleberry Finn, Sandokán, todo Jack London, Las 1001 noches, La isla del tesoro. Porque esos libros me ayudaron a crecer, a imaginar, a pelear contra los perversos y contra el miedo, a defender la dignidad, a resistir, a volar. Porque me dijeron, antes de que aprendiera nada de política, que era posible cambiar el mundo. Cualquiera que aprenda a volar puede resistir.

 Gustavo Roldán, Autobiografía.
 Gustavo Roldán nació en Sáenz Peña, provincia del Chaco (Argentina) en 1935.
Es Licenciado en Letras Modernas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Córdoba.
Es escritor, se desempeñó como periodista y docente, y actualmente realiza talleres y encuentros con chicos tanto en escuelas como en bibliotecas.
Durante el año pasado visitó distintas provincias,  por ejemplo, se presentó en escuelas de Formosa, y también de Trelew y del Valle Inferior del Rio Chubut. En Chubut fue uno de los conferencistas del 6to. Congreso Provincial de Educación y, entre otros temas, se refirió a la relación entre los niños, los libros y la escuela. En esa oportunidad dijo:
Desconfiar de su capacidad es desconfiar de la inteligencia, de la sensibilidad del otro. Y desconfiar de la capacidad de la palabra es, en última instancia, desconfiar de nosotros mismos. Podemos desconfiar de nosotros mismos pero, si jugamos en serio, las palabras siempre van a alcanzar. Sobre todo lo que hay detrás de las palabras.
Gustavo Roldán ha participado con colaboraciones en las revistas infantiles Humi y Billiken, ha sido Jurado del Premio Casa de las Américas (La Habana, Cuba), en 1989. Además, participa en charlas  y conferencias sobre LIJ.
 También es carpintero y aprendiz de mago.
Ha recibido numerosas distinciones por su obra desde el Primer Premio Concurso Nacional de Cuentos, en Cosquín, Pcia. de Córdoba en 1969 como, por ejemplo, el Premio al Mérito (Obra Total) de la Fundación Konex (1994), el Premio Destacados de ALIJA 1999, Rubro “Libro Total”, por Dragón, y el Premio Pregonero de Honor del año 2002.
Cuando se le pregunta cómo comenzó a escribir para chicos cuenta que en realidad fue porque sus hijos, ya grandes, le preguntaron por qué no escribía aquellos cuentos que les contaba a ellos de niños, que eran cuentos que se los habían contado a él y luego otros que inventó. Como no los recordaba  como para escribirlos, sus hijos se los contaron nuevamente y así pudo llevarlos al papel. Se divirtió, envió su libro a un concurso en México y ganó el primer premio.
Con la llegada de la democracia entró en Colihue para dirigir colecciones de libros para chicos.
Su obra recupera la oralidad, recreando cuentos populares y otros inventados por él. Sus personajes son en general animales del monte chaqueño, del campo y la ciudad. Susana Izcovich señala:
En la búsqueda de la recuperación, reelabora relatos populares y otros de su propio imaginario, imprimiendo a sus personajes ciertos valores prototípicos de la otra cultura, la no oficial. Por eso aparecen todos los animales que conocen los chicos del campo, del monte y algunos de la ciudad: el zorro, el sapo, el tatú, el coatí, la paloma y los pequeños bichos colorados, pulgas y piojos también.
Acerca de los animales, Roldán dice en una entrevista que le realizó Susana Izcovich:
Son mis amigos de chico. Me crié en el monte con la iguana, el quirquincho, todos los pájaros que estaban alli (…)
Mis animales me servían para contar historias en un mundo lleno de prohibiciones y limitaciones como es el que todavía vivimos hoy. Los animales me daban algún permiso más en ese mundo coartado. (…) Con los animales como  protagonistas se logra algún permiso y como los quiero y los conozco, se prestan para que las cosas ocurran dentro de ese marco, de ese mundo, y yo pueda decir lo que tenga ganas (…).
Sobre nuestro idioma argentino y la exigencia de las editoriales  señala en la misma entrevista:
Cada país tiene su idioma, sus riquezas y sus pobrezas. Nosotros usamos el “voseo” y otros países latinoamericanos no. Pero es mi lengua. Mi lengua es mi herramienta de trabajo. Puedo trabajar con estas herramientas y no con las ajenas.
Yo me pregunto qué pasa en el mundo de la literatura para chicos. ¿Es que todavía sigue sin encontrar un espacio? A ningún país se le ocurriría cambiar una letra de tango y sin embargo tiene términos imposibles de entender hasta para un argentino. El tango sí se ha ganado un lugar. Tal vez no hayamos ganado aún el lugar de literatura infantil. Un texto se acepta en bloque o no se acepta. Las palabras desconocidas se aclaran al pie de página o con un glosario.
En cuanto a los libros clásicos y de aventuras afirma:
Alguna vez los hombres serios abandonaron los libros de aventuras, como una literatura de segunda categoría, así como abandonaron los juegos, y dejaron ese material para los chicos y los jóvenes, porque entre las cosas serias que debían hacer los hombres, ya no entraba viajar por los mares del Caribe ni correr tantos peligros con Sandokán y los Tigres de la Malasia. (…).
Si los cuentos del mundo comenzaron con el Gilgameth, con un arca repleta de animales, con Ulises y mares poblados de sirenas, y siguieron con caballos voladores y alfombras voladoras y monstruos indescriptibles, bienaventurados los chicos y los jóvenes que heredaron tanta hermosura.
Lástima para los grandes que no la supieron guardar (…). Y se olvidaron -ocupados en esas cosas llamadas importantes- , de seguir buscando la felicidad.
Y de paso también, se olvidaron de querer imponer la justicia y cambiar el mundo.
Algunos de los libros de Gustavo Roldán son: Proas de amor y mar (1990, Sudamericana), El enamorado no se rinde (Colihue, 1992), Payada del bicho colorado (Colihue, 1993),  Dragón (Sudamericana, 1997), Cuentos del zorro (Sudamericana, 1999), Como si el ruido pudiera molestar (Libros del Quirquincho, 1986, y Norma, 1999), Las pulgas no vuelan (FCE, 2000), El viaje más largo del mundo (SM, 2002),  Cuentos de mundos lejanos (Santillana, 2002), Cuentos con plumas y sin plumas (Sudamericana, 2004), Pájaro de nueve colores (Norma, 2004), Los sueños del yacaré (Alfaguara, 2010), y El último dragón (Norma, 2011),  El último dragón (Norma, 2011), Sapo en Buenos Aires (Alfaguara, 2011).

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